lunes, 3 de diciembre de 2007

Oferta sexual en Chile: del clásico burdel al “relax”

Por Franco Pardo.
El cobrar por “un polvo” dice relación con la condición humana. Sexo por placer, placer por dinero. La ecuación es sencilla, sin embargo, la manera en la que nuestra sociedad enfrenta este hecho dista considerablemente de lo que la razón indica como realidad inapelable.

Desde los primeros años del siglo XX, a partir del proceso de industrialización Chile, se incrementó repentinamente el número de habitantes de las urbes y los principales centros mineros del norte, a través de una gran migración campo-ciudad, como también de países vecinos. Con ello, llegaron de la mano la hacinación, la pobreza y la desigualdad, por un lado, y por otro, la calentura y un par de chauchas en los bolsillo de los obreros, dispuestos ha saciar su lívido desprendiéndose de parte de su miserable salario. Sin embargo, la prostitución es transversal, toca a todos los segmentos de la sociedad por igual. Como no recordar la película Julio comienza en Julio, donde el patrón y su hijo, su capataz y sus peones, tenían en el burdel del pueblo su único punto de encuentro, donde todos, desnudos en los catres de las chiquillas, eran iguales. También ejemplificadora del oficio es la novela La Reina Isabel cantaba rancheras, de Hernán Rivera Letelier, donde cuenta la historia de putas como “la Ambulancia” y su importante labor en las oficinas salitreras. Ante la soledad de muchos mineros llegados de tierras lejanas en busca de oportunidades, las meretrices desempeñaban un papel mucho mas allá del mismo acto, convirtiéndose en confidentes que escuchaban con abnegación las penas de sus clientes y los consolaban en su regazo.


En el Santiago de mediados del siglo XX, los puticlubs se reproducían como callampas en la humedad. Estación Central y Diez de Julio eran por excelencia los centros del polvo rentado. Locales como La Nena de Banjo eran visitados por obreros y políticos, trabajadores bancarios y uno que otro muchacho en la “edad del pavo” que, acompañado de su padre –quien no desaprovechaba la ocasión para pegarse una buena cacha- esa noche se convertiría en hombre.

En aquella época existía una especie de acuerdo tácito entre los puteros y la autoridad, quienes, al estar la prostitución recluida en los burdeles, se limitaban a cerciorar la existencia de condiciones mínimas de aseo, como la ausencia de menores en la actividad, lo que lamentablemente, muchas veces no se cumplía. Los fiscalizadores sanitarios fueron los encargados de apersonarse periódicamente en las casas de remolienda, quienes eran cortésmente “atendidos” por la doña del local, cultivando así una relación de colaboración mutua.


Actualmente, la práctica del oficio más antiguo del mundo es muy distinta a lo anteriormente retratado. Con la llegada de la dictadura y su afán “moralizante” de la plebe “degenerada”, se sepultó la rica bohemia santiaguina y con ella, a las casas de putas. La asidua clientela se vio huérfana, sola con el recuerdo de las interminables noches de sexo sin condón, a capela, donde la paga de fin de mes permitía darse un gustito irreemplazable. La prostitución salió de burdeles para aterrizar en las calles, lo que a todas luces trae consigo la falta de control de la actividad, desde un punto de vista sanitario, como por el abuso de menores.

Basta echar una hojeada a los avisos económicos de diarios como Las Ultimas Noticias o La Cuarta, para encontrar una amplia gama de oferta sexual. Sin embargo, esto no significa una apertura mental ni el reconocimiento de una realidad conocida por todos. Los avisos se valen de contemporáneos eufemismos como “relaxs” o “masajes”, para invitar a los lectores a pasar una noche, o un rato cortito durante la hora de almuerzo, a cumplir sus deseos carnales a cambio de unas lucas.


La prostitución no está tipificada como delito en la legislación chilena, sin embargo, si la explotación sexual de otros –la labor de los chulo y chulas- como también la trata de blancas y la prostitución infantil. El ofrecer servicios sexuales en la vía pública es considerado como falta leve. A pesar de ello, quedan importantes vacíos legales en torno a la actividad, sobretodo en lo que concierne las condiciones sanitarias en las que se realiza.


La sociedad chilena ha experimentado grandes cambios en relación a libertad sexual y la apertura a aceptar hechos antes considerados tabú. Por esto, parece inaceptable el que no se tomen medidas que apunten a regularizar la prostitución, haciéndose cargo de una realidad innegable presente desde el comienzo de nuestra historia y que, sin lugar a dudas, permanecerá en el futuro.

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